¿Es Halloween, o el Día de los Difuntos, una fiesta cristiana?
Es poco conocido que la festividad de Todos los Santos proviene de una antiquísima tradición datada en la Edad del Hierro, entre los años 1500 a.C. y 400 a.C. En dicha festividad, denominada Samhain y celebrada en la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, los pueblos celtas celebraban el final de la temporada de cosechas y el principio del largo invierno nórdico.
Siglos después, cuando Roma entró en contacto con aquellos supersticiosos moradores de la antigua Europa y el cristianismo se convirtió en la religión y la cultura dominantes, este adoptó la conmemoración celta como propia.
Como una celebración cristiana no podía ensalzar aspectos naturales y mundanos, sino que se debía enfocar a un fin más divino, la Iglesia Católica no solo le cambió el nombre de Samhain por el de All Hallow's Eve, que más tarde derivaría en Halloween, sino que también le cambió el sentido, transformando una fiesta de origen pagano en una fiesta dedicada a conmemorar la memoria de todos los santos, no solo la de los elevados a tal de forma oficial, sino la de todos aquellos que arriesgaron su vida por otros, los santos de lo sencillo y lo cotidiano.
Fue aquella una victoria del cristianismo sobre las culturas anteriores a Jesús de Nazaret, y no entraremos aquí en si fue justa o injusta, sino tan solo en que fue una victoria con un objetivo divino.
Sin embargo, en el norte de Europa, sobre todo en Irlanda, aunque la fiesta cambió de sentido y propósito, se siguió manteniendo la costumbre de colocar una vela encendida dentro de un nabo, o dentro cualquier otra verdura que se prestase a ello, bien para celebrar las buenas cosechas, bien para alumbrar el camino de los muertos, ya que se creía que durante esa larga noche los espíritus podían caminar entre los vivos.
Más tarde, en el siglo XIX, hordas de irlandeses acosados por la hambruna de su tierra cruzaron el Atlántico y arribaron a las costas de Estados Unidos. Con ellos viajaron sus antiguas tradiciones: melones, nabos o calabazas, siempre con la vela encendida alojada en su centro. Allí debió ser donde el viejo término británico All Hallow’s Eve fue transformándose poco a poco en lo que hoy se conoce como Halloween.
Pero claro, la cultura y religión que ha terminado por dominarnos a todos, el consumismo sin razón ni medida, hoy día ha transformado tanto las reminiscencias celtas como las celebraciones cristianas en un culto a los disfraces de muertos vivientes, a las cestas con dulces, caramelos y chocolates y, de la mano de los grandes centros comerciales, al perpetuo bucle del rabioso consumismo.
¿A sido esta nueva conquista la definitiva? Esperemos que no, que vengan tiempos en que prime la razón y ganemos la batalla, si no la de la divinidad, al menos la de la sostenibilidad. En este mundo, el tiempo lo dirá. En el otro, quizá tan solo los dioses celtas y el Dios cristiano lo harán.
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